Arte abstracto Uruguayo. La tradición rebelada Del 19 enero al 25 febrero 2016

Los artistas que integran esta muestra – Mancebo (1933), Bruzzone (1965), Serra (1966), Batalla (1969), Larrosa (1971), Britez (1975) – todos nacidos en Montevideo (Uruguay) – se inscriben en una rica tradición. Forman parte, de manera más o menos directa, del más influyente de los movimientos artísticos del siglo XX concebidos en y desde América del Sur. Son abstractos en toda la dimensión que a esa noción le dio el Universalismo Constructivo, movimiento impulsado por Joaquín Torres García hacia 1934, una vez que se radica definitivamente en Montevideo, luego de 43 años de trayectoria en las primeras filas de las vanguardias europeas y estadounidense. Hablar de arte abstracto en Uruguay nos lleva entonces ineludiblemente a referirnos a esa tradición de arte constructivo que tuvo en la región a uno de sus más originales exponentes: la llamada Escuela del Sur. Desde esta tradición, lo abstracto se refiere antes a la “idea” que a las “cosas”.

41008_I_afiche (1)Hacer abstracción de la representación significa rescatar lo profundo del arte, que está “en la arquitectura o construcción de la obra” (Torres García, 1948: 31). Es la construcción la que va a proporcionar los valores abstractos a una obra, tanto en lo formal como en los tonos y los valores. La construcción va a aportar armonía al conjunto de la obra y a través de ella se va a lograr la unidad. Donde no hay abstracción – decía Torres García – no hay construcción (1948: 22). Cuando, para esta presentación, apelamos a insertar a estos creadores en la tradición de la Escuela del Sur, no lo hacemos basándonos únicamente en el grado de apego que sus obras pudieran tener con aquel movimiento, desde el punto de vista formal. Hay algo más. Torres García era, además de un enorme artista, un humanista. Su obra pictórica, así como su proyecto teórico se preocupaban por rescatar lo que él llamaba los “valores superiores”.

El arte – decía – debía estar concebido y realizado para cumplir un verdadero fin humanista. En este sentido, los seis artistas reunidos en esta muestra están fuertemente aferrados a estos valores. Son artistas comprometidos con el arte y con su tiempo histórico. El ser y el hacer son, en ellos, dos estados indisociables. Desde esta perspectiva, la construcción desborda el plano del cuadro y aspira a una totalidad. Ahora, cómo llega ese legado al día de hoy y cómo se inserta en lo que el filósofo Gilles Lipovestky llama la “era del vacío” (1989), una época marcada por el fin de los grandes relatos, el debilitamiento en la creencia de los grandes mitos revolucionarios; un tiempo que da paso a la obsesión por la liberación personal, al individualismo, a un profundo desinterés por el mundo que nos rodea. Cuenta Michel Seuphor, quien fundara en Paris el grupo Cercle et Carré junto a Joaquín Torres García, que cuando uno llegaba al taller que éste último tenía en el barrio de Montmartre, no solo se encontraba con una atmósfera particular sino también con sus cuatro hijos pequeños jugando a los indios y corriendo libremente entre las telas recién pintadas, bastidores y bocetos.

Esta atmósfera que Seuphor retrata con mucha poesía, da cuenta de algo muy significativo. Contra aquella idea renacentista, que aún prevalece en el imaginario, del artista creando en la soledad de su taller, del “genio” creador en busca de inspiración divina, aislado de todo lo que lo rodea, el atelier de Torres García es presentado aquí como un lugar abierto, comunicante, vital. Esto se explica porque, más allá de todo, Torres García era un maestro. Su vocación pedagógica se anteponía a todo. La comunicación de las ideas tenía tanta importancia como su profunda y extensa elaboración teórica. Y sus hijos fueron los primeros en recibir ese legado: ” Si, paradójicamente, los niños no parecían estorbar en absoluto al pintor en su trabajo, es porque eran sus principales colaboradores, sus principales discípulos, y él mismo los admiraba. Obtenía de ellos, cada día, muchas enseñanzas, se sentía hijo de sus obras. Nunca vi una ósmosis tan perfecta entre hijos y padre ” – relata Seuphor (1970: 119). Detrás de esta descripción encontramos la esencia de un legado. Sus hijos, efectivamente, fueron sus discípulos (Horacio y Augusto Torres fueron grandes pintores). Y sus discípulos fueron hijos de su obra, una obra abierta, que permitió a cada uno de ellos transitar caminos diversos. La multiplicidad de estilos, así como generacional, de los creadores que componen esta muestra – quienes en su diversidad reconocen una raíz común en la tradición de la Escuela del Sur – son un claro ejemplo de aquella filosofía pedagógica y de la preocupación por la construcción de un legado artístico. El concepto de obra abierta, presentado por Umberto Eco hacia fines de los años 1950, remite a la obra de arte como mensaje que acepta una pluralidad de significados en un mismo significante. Cuando hablamos aquí de obra abierta no nos referimos únicamente al legado que dejó aquella tradición. También aludimos al hecho plástico, a la obra en sí.

La idea de construcción en la tradición de la Escuela del Sur se basa, en buena medida, en un sistema de relaciones y proporciones. Allí encontramos precisamente la clave de la apertura de estas obras; cada parte del cuadro se encuentra en una “relación posible con todo lo demás” (Eco, 1992: 37): una línea con otra línea, una figura con otra, un tono con otro. Y estas relaciones no son finitas, como pueden ser los signos allí utilizados (pez, sol, barco). Las relaciones que allí se establecen son ilimitadas. Los creadores originarios de la Escuela del sur proponen así un sentido posible (quizás el primario). Sus discípulos propondrán otros.

Nacerán también nuevas corrientes, surgirán nuevos horizontes. Como dice Arnold Hauser, el pasado solo adquiere importancia y significado en relación con el presente, “de ahí que cada presente se cree un pasado distinto, y por eso siempre tiene que escribirse la historia de nuevo, tienen que interpretarse de nuevo las obras de arte ” (Hauser, 1997: 666). Una obra de arte está entonces también profundamente arraigada en una configuración cultural. Dialoga con su tiempo a la vez que tiende puentes con el pasado. Como señala Eco, “el arte nace de un contexto histórico, lo refleja, promueve su evolución” (1992: 29). Si la Escuela del sur, como decíamos, aún mantiene vivo el legado de la tradición del arte abstracto en Uruguay es gracias a la vocación de diálogo que en su momento Torres García y sus discípulos mantuvieron con (y contra) su tiempo histórico. Años más tarde, la deriva postmoderna no logró des-nortear a los actuales creadores. Los representantes de esa tradición que hoy integran esta muestra representan el mejor ejemplo de esa línea. Como vemos, éstos se aferraron al lienzo, al óleo, a la madera, al hierro y a nuevos materiales; en otras palabras, a lo concreto, en una toma de posición implícitamente política frente al hecho plástico en el mundo contemporáneo, en un acto de rebeldía (quizás el último) frente a la inminente y anunciada muerte del arte.

Aquellos – y éstos – discípulos no se limitaron a imitar a su maestro. No se limitaron a copiar más o menos libremente su pintura. Se inspiraron en aquella concepción, en aquella Idea, para proponer nuevas interpretaciones, nuevos caminos que, contra viento y marea, siempre llevan al sur.

 

Redacción Tcgnews – Milán – Italia